Para Raul: un buen tipo (por Mauricio Gallego Soto)
Tuve conciencia de Raúl, cuando en el año 1974 el colegio tomo la decisión de pasarnos a Carlos Agusto (U2) y a mi (U1) del A al B. Ya no pasaríamos de 4A a 5A como era la tradición, si no que por algún sentido de venganza o por tratar de aplacarnos un poco – supongo- el Colegio decidió que entraríamos a 5B. Nosotros los más pequeños del grupo del A, ahora sí que menos nos íbamos a notar – por tamaño- en el grupo de 5B que eran los más grandes y “viejos” dentro de todos los que componíamos el grupo de quinto de bachillerato. Y ahí entramos algo timoratos, y nos encontramos con esos grandes y mayores, algunos de los cuales habían repetido varios años en cursos anteriores. Los duros dentro de los duros. Ahí estaban el mono Mario Ortegón, William Salazar, Néstor Segura, Edilberto Torres, Miguel Navarrete, Francisco Cifuentes, Raúl Suarez entre otros. Los veíamos con terror, grandes fortachos, montadores. Pero nosotros éramos las Urracas, y al contrario de amedrentarnos seguimos siendo malos y más montadores que esos duros. Pero dentro de esos duros había uno grande, gordo y que siempre llevaba una sonrisa en su expresión y en su indumentaria sobresalía el chaleco de lana y las camisas a cuadros de manga larga. Le decían el gordo Suarez. Y él era la excepción dentro de esos rudos.
A pesar de ser del grupo de los duros, Raúl no podía ser un rudo. Su sonrisa eterna y sus ojos con mirada siempre de niño no se lo permitían. Era de los pocos dentro de los grandes que no decía groserías, no se la montaba ni jodía a nadie; cuando requería un favor lo hacía de una manera tan amable y cortes que era difícil decirle que no. No sé porque monsieur Bonnet, el profe de Frances lo tenía entre ojos y no lo quería, quizás porque su único defecto era que Raúl siempre escogía la silla de atrás la del último rincón, y aunque generalmente esas sillas estaban reservadas para los más duros dentro de los duros, yo estoy seguro que Raúl lo hacía por humildad y de pronto, considerando que, por su mayor tamaño, podría impedir la vista del tablero de alguien que le hubiera tocado detrás. Raúl no se destacaba por ser un buen estudiante, ni por deportista, pero si se destacaba por ser un buen tipo, líder de causas importantes como cuando tratamos de emprender un periódico del cual no sacamos si no una o dos ediciones. Su opinión se tenía muy en cuenta al momento de tener que tomar decisiones en colectivo.
No fui muy cercano a Raúl en el colegio, pero luego cuando nos reencontramos en el año 2015 y como nos pasó a varios, mirarnos a los ojos nos transportó enseguida a sentir esa alegría y esa picardía fraterna de la infancia y adolescencia. Además, que 40 años después ahí seguían su sonrisa eterna y su mirada de niño. Rápidamente en esa y en otras reuniones nos actualizamos sobre el rumbo que habían tomado nuestras vidas, y fácilmente descubrí que su más grande y mayor tesoro fue su madre, a quien tuvo la fortuna de celebrarle los cien años. Varias veces intercambiamos llamadas y, a pesar de estar en orillas opuestas desde el punto de vista de las creencias religiosas y la fe, manejamos con altura nuestras contradicciones, y nunca me falto en todo este tiempo, el mensaje diario con textos de la biblia y reflexiones de crecimiento personal que muy puntualmente me llegaban al celular vía WhatsApp, y que yo periódicamente le agradecía. Por ello fui testigo de su fe sincera la que sin duda alguna le permitió llevar con tranquilidad y esperanza esta última etapa de su vida. En una ocasión hablamos sobre un tema musical que yo compartí y sobre el cual me dijo que era una de sus canciones favoritas en sus épocas de juventud. Se trata de Blowin in the Wind de Bob Dylan. En uno de sus apartes dice:
“¿Cuantos caminos debe recorrer un hombre, antes de llamarse hombre?”
“¿Cuántos años son capaces de vivir algunos, antes de que se les permita ser libres”
“¿Cuántas veces debe un hombre levantar la vista, antes de que pueda ver el cielo”
“La respuesta amigo mío, la respuesta amigo mío esta flotando en el viento”
Seguro estoy que Raúl si encontró esa respuesta. Es por ello que personas como Raúl no mueren porque pasan a ser parte viva en la memoria de cada uno de nosotros.
Queda para reflexionar lo efímera que es la vida; ya pasaron 9 años desde el 2015 cuando nos volvimos a encontrar los Agustinianos 75. En ese breve, pero al igual largo lapso de tiempo se nos han adelantado Mario Ortegón, Fernando Botero (cercanos), y Francisco Cifuentes (quien murió en el exterior). Sin duda alguna todos, tarde o temprano les seguiremos el camino. Por ello, si aún estamos aquí, agradezcamos a la vida el habérnoslo permitido; valoremos cada día como si fuera el último y dejemos de colocar nubarrones que imposibilitan alegrías, con angustias, preocupaciones y discusiones vacuas y sin sentido. ¡Buen viaje Raulin!
Mauricio Gallego (U1)
Diciembre 21 de 2024
Recordar a un amigo (por Ivan Diaz Mendez)
Recordar a un amigo es tan bonito y hace que a uno se le hinche el corazón de alegría, es como rebobinar la película que tanto nos gusta y la que jamás dejamos de ver una y otra vez, así mismo se siente al recordar hoy a ese gran amigo, a ese gran ser humano, a ese maestro, a ese esposo, padre y abuelo que vivió y tocó nuestras vidas con su inigualable manera de ser.
A Raulito lo conocimos en nuestro claustro Agustino donde todos nosotros vivimos los mejores años; fue allí donde «el gordo Suárez» plasmó su maravillosa forma de ser, algo inquieto y atrevido en sus años mozos pero que fue aplacando a lo largo de sus años; hoy parece que regresara del pasado a mi memoria y puedo verlo con sus pantalones desordenados que caían cual largo eran sobre sus zapatos negros pelados en sus puntas de tanto golpear la pelota de rayas que volaba sin rumbo en los recreos por ese enorme estadio de fútbol en el que convertíamos el patio del colegio, puedo verlo caminar pausado rumbo a su casa por la calle 11 en medio de risas, juegos y gritos con quiénes encontrará compañía para tan agradable travesía, pudo verlo aún con su abundante cabellera y sus mejillas coloradas haciendo la fila de la cooperativa para alcanzar a degustar un inmenso roscón y una gaseosa manzana, puedo verlo intentando alcanzar por los corredores del colegio a quien con picardía había golpeado su cabeza con los nudillos, así aún puedo verlo y sé que todos lo recordamos de una u otra forma así, pero también puedo verlo hoy con esa seriedad adquirida con los años, con su fe inquebrantable, con su sabiduría, con su dedicación a la familia, con su inconmensurable amor por sus hijos y nietos, puedo verlo hoy compartiendo con nosotros en nuestra edad adulta, regalándonos sagradamente sin falta la palabra del Señor Jesucristo y el día que yo despertaba y no encontraba sus mensajes de inmediato me imaginaba que Raúl se encontraba con quebrantos en su salud; puedo recordarlo hoy con su risa tranquila y sincera, con su voz calmada pero muy clara, puedo y siempre lo recordaré como ese amigo que jamás dejo de luchar por sus ideales y que jamás abandono el camino y la rectitud del buen hombre, del buen cristiano. Hoy te nos adelantaste querido amigo pero estamos seguros que pronto volveremos a vernos con la bendición del Señor; emprende tu viaje sin remordimiento alguno, toma la mano de los ángeles que hoy te acompañarán en esta hermosa travesía hacia el paraíso y cuando estés allí recuerda que aquí dejaste unos amigos que te quieren y te recordarán por el resto de sus vidas.
Hasta pronto querido Toto.
Ivan A. Diaz Soto (Diciembre 21 de 2024)
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